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Crisis de los misiles en Cuba: cómo fue el evento que casi lleva a una guerra nuclear entre Estados Unidos y la Unión Soviética

Millones de personas esperan expectantes la alocución. Una música con ritmo de marcha militar presagia la gravedad del anuncio. «Buenas noches, mis conciudadanos», irrumpe el mandatario.

BBC

19 octubre, 2022

Millones de personas esperan expectantes la alocución. Una música con ritmo de marcha militar presagia la gravedad del anuncio.

«Buenas noches, mis conciudadanos», irrumpe el mandatario.

Su voz serena no consigue ocultar la preocupación. Hace unos días sus consejeros le comunicaron que en Cuba, a 90 millas de sus costas, soviéticos y cubanos construyen componentes balísticos de misiles nucleares.

El peligro de una guerra atómica entre las mayores potencias de la época parece inminente y ha llegado el momento de hablar sin tapujos ante el mundo.

«Cualquier misil lanzado desde Cuba contra cualquier nación en el hemisferio occidental será considerado como un ataque de la Unión Soviética contra Estados Unidos, requiriendo una respuesta retaliatoria completa contra la Unión Soviética», advirtió Kennedy.

Estadounidenses, cubanos y soviéticos se alistaron para un choque que por varios días se creyó inevitable.

El terror se apoderó de los ciudadanos. Los supermercados se abarrotaron y las estanterías se vaciaron por las compras de pánico. Los que podían permitírselo apuraron la construcción de refugios y los llenaron con los víveres que creían necesarios para sobrevivir un impacto atómico.

Jamás tantos millones de personas estuvieron tan cerca de una aniquilación masiva e instantánea por las rivalidades entre Washington y Moscú. Entre el capitalismo y el comunismo.

La crisis de octubre de 1962, también conocida como Crisis de los misiles en Cuba, fue el momento álgido de la Guerra Fría.

A 60 años de este acontecimiento, BBC Mundo repasa cómo fueron los días de terror en los que el planeta se asomó a la Tercera Guerra Mundial en un conflicto nuclear sin precedentes.

Tras la Segunda Guerra Mundial, Estados Unidos y la URSS, quienes fueron aliados victoriosos contra el fascismo, se sumieron en una competencia geopolítica por la dominancia global.

La rivalidad también conllevó una carrera armamentística atómica en la que EE.UU. llevaba ventaja. En 1962 ya EE.UU. había instalado una serie de misiles balísticos con ojivas nucleares llamados Júpiter en Turquía con capacidad para impactar territorio soviético en pocos minutos en caso de confrontación.

Varios países quedaron involucrados de forma más o menos directa en la pugna entre Washington y Moscú. Cuba fue uno de ellos.

Tras el triunfo de la revolución de Fidel Castro en 1959, la isla fue acercándose cada vez más a la URSS y comenzó a ser percibida por Estados Unidos como una amenaza ideológica influenciada por su mayor rival en frente de sus narices.

Las relaciones entre La Habana y Washington se deterioraron a ritmo frenético. A comienzos de los 60, el gobierno castrista llevó a cabo una ola de nacionalizaciones de industrias que perjudicó a importantes empresas estadounidenses.

Estados Unidos, bajo la administración de Dwight Eisenhower, respondió proponiéndose derrocar al régimen socialista, especialmente con un fuerte embargo económico y la financiación de grupos armados contrarrevolucionarios.

En 1961, el fracaso de la invasión en Bahía de Cochinos en Cuba de un ejército de cubanos exiliados entrenados por la CIA hizo redoblar los esfuerzos de EE.UU. contra la revolución cubana.

«En EE.UU. se creó la Operación Mangosta, la cual pretendía originar una situación insurreccional en Cuba que pusiese al país al borde del desastre, pero se hizo claro que las posibilidades de que un movimiento interno hiciese colapsar la revolución eran prácticamente nulas», explica a BBC Mundo Oscar Zanetti, investigador de la Academia de la Historia de Cuba.

«Por lo que en marzo de 1962 se impuso la opción de una intervención directa de Estados Unidos con el uso de todos los medios militares necesarios», añade Zanetti.

La pequeña Cuba necesitaba defenderse de la amenaza del país más poderoso del mundo y la URSS, entonces bajo liderazgo de Nikita Jrushchov, estaba dispuesta a apoyar.

«Proteger a Cuba se convirtió en asunto de seguridad nacional para la URSS. Si Cuba era invadida y la URSS no hacía nada, los soviéticos habrían sido vistos como aliados no fiables del Tercer Mundo«, comenta a BBC Mundo Philip Brenner, experto en política exterior estadounidense y especialista en relaciones Cuba-EE.UU.

Así, durante el verano de 1962, Moscú y La Habana comenzaron a instalar en secreto decenas de plataformas de lanzamiento de misiles traídos desde la URSS.

El «secreto» duró hasta el 14 de octubre. Ese día, un avión de reconocimiento estadounidense sobrevolando Cuba notó un paisaje distinto al habitual.

Entre las palmeras se ensamblaban plataformas de lanzamiento de misiles capaces de impactar Washington y otras ciudades estadounidenses y causar muerte y destrucción similares o peores a las de Hiroshima y Nagasaki en 1945.

La crisis de octubre acababa de desatarse.

Seguramente, aquel 14 de octubre del 62 fue un domingo apacible para la mayoría de estadounidenses, pero no para el piloto Richard Heyser.

Este hombre pilotaba el avión espía U-2 sobre Cuba en las primeras horas de aquella mañana. Su misión era comprobar las sospechas e información que EE.UU. manejaba sobre la presencia de armamento soviético en la isla.

Seis minutos de vuelo fueron suficientes para tomar las primeras 928 fotos que verificaron el mantelamiento armamentístico.

Al día siguiente, el Centro de Interpretación Fotográfica Nacional de la CIA empezó el análisis a toda prisa de las imágenes, identificando los componentes de misiles balísticos de medio alcance en un campo de San Cristóbal, en la provincia de Pinar del Río en el occidente de la isla.

Más vuelos de reconocimiento confirmaron otras localizaciones de ensamblaje.

Lo primero que hizo Kennedy al enterarse el 16 de octubre fue reunir a un selecto grupo de consejeros, conocido como el Comité Ejecutivo del Consejo de Seguridad Nacional (Excomm por sus siglas en inglés), para decidir una respuesta estratégica.

«Su secretario de Defensa, Robert McNamara, le presentó tres opciones: la política de ‘acercarse a Castro y Jrushchov’, un bloqueo naval de barcos soviéticos llevando armamento a Cuba y una ‘acción militar dirigida directamente contra Cuba'», cuenta Peter Kornbluh, director del Proyecto de Documentación de Cuba del Archivo de Seguridad Nacional.

El presidente decide proceder con la segunda opción para comprar tiempo y negociar una solución con Jrushchov y un «acercamiento clandestino» con Castro.

De haber elegido atacar Cuba, los expertos aseguran que se habría desencadenado el conflicto nuclear.

Durante una semana el mundo vivió prácticamente ajeno al peligro y a las negociaciones entre Washington-La Habana-Moscú de las que dependían millones de vidas.

Kennedy se sienta frente a las cámaras el 22 de octubre y parece dispuesto a responder con fuerza ante cualquier ataque, pero varios analistas aseguran que detrás de esa fachada se encuentra un hombre flexible cuyo propósito es evitar el armagedón.

Habla con determinación y entereza, pero también con cautela. Una palabra mal escogida podía ser malinterpretada, conducir a un accidente y originar la catástrofe.

Por eso, cuando anuncia que interceptará cualquier envío adicional de armas a Cuba desde la URSS, se refiere a la operación como una «estricta cuarentena» en vez de «un bloqueo».

«Aunque lo que hacía era un bloqueo de facto, utiliza la palabra cuarentena porque un bloqueo es considerado un acto de guerra«, explica Brenner.

Kennedy también hace públicas sus órdenes de continuar e incrementar la vigilancia sobre Cuba, considerar un ataque a cualquier nación del hemisferio occidental como un ataque contra Estados Unidos, reforzar la base naval de Guantánamo y convocar una reunión de emergencia del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas.

Por último, el presidente también exhorta a su contraparte Jrushchov a «detener y eliminar esta clandestina, temeraria y provocadora amenaza para la paz mundial».

El mismo día de su discurso, Kennedy envió una carta a Jrushchov declarando que EE.UU. no permitiría que se enviaran más armas a Cuba y pidió a los soviéticos desmantelar las bases de los misiles ya listas o en construcción y regresar cualquier arma ofensiva a la URSS.

Los días que sucedieron fueron los más oscuros de la crisis.

Mientras, más vuelos de reconocimiento estadounidenses dieron cuenta de que las bases de misiles soviéticos en Cuba estaban cerca de su fase operativa. Si el 14 de octubre no había ningún misil listo, en los próximos 12 días se produjo una rápida habilitación.

«Para el 28 de octubre había 12 misiles operativos, con planes para instalar unos 30 de medio alcance y otros 30 de alcance intermedio», cuenta Brenner.

En esos días, Castro advirtió al pueblo de Cuba sobre el riesgo de invasión y se movilizaron alrededor de 300.000 hombres armados.

Por primera vez en su historia, Estados Unidos declaró el nivel 2 de DEFCON (Condición de Defensa), la alerta más altaantes de una confrontación nuclear.

El 26 de octubre, Kennedy dijo a sus consejeros que parecía que solo un ataque de Estados Unidos contra Cuba podría desmantelar los misiles, pero insistió en darle más tiempo a la vía diplomática.

La crisis parecía estancada cuando esa misma tarde se produjo una vuelta de tuerca.

El corresponsal de la cadena estadounidense ABC, John Scali, reportó a la Casa Blanca que un agente soviético le había deslizado la posibilidad de que los soviéticos retiraran los misiles de la isla caribeña si Estados Unidos prometía no invadir Cuba.

Mientras la Casa Blanca evaluaba la validez de esta filtración, Jrushchov envió una emotiva carta a Kennedy. Le hablaba sobre la tragedia que supondría el holocausto nuclear y propuso una solución similar a la que había filtrado Scali.

El mensaje de Jrushchov llega en la noche del viernes 26 de octubre en Washington, más allá de medianoche en Moscú.

Los funcionarios estadounidenses están exhaustos. Han pasado noches durmiendo agotados en sus oficinas. Ahora se han convencido de que las palabras del mandatario soviético son auténticas y que la resolución está a la vista.

Pero las esperanzas duran poco.

Cuando el Excomm se reúne el sábado en la mañana reciben la noticia de que Jrushchov ha establecido una nueva serie de condiciones. Ahora también pide la retirada de los misiles Júpiter que Estados Unidos mantiene en Turquía.

«Parecía un acuerdo recíproco, pero en realidad era un ultimátum. Turquía era un aliado de la OTAN y retirar los misiles bajo amenaza de la URSS podía destruir la alianza», explica Brenner.

Las demandas de Jrushchov compometieron la postura de Kennedy. La tensión estaba escalando otra vez.

Entonces, mientras los funcionarios estadounidenses determinan cómo proceder, se produce el temido error de cálculo.

Un avión U-2 de reconocimiento estadounidense es derribado por misiles soviéticos en Cuba. Su piloto muere en el acto. La única víctima mortal de la crisis de los misiles.

Los generales estadounidenses recomiendan atacar de inmediato.

«Y Estados Unidos estaba preparado. Había reunido suficientes soldados en el sur de Florida y suficientes aviones para atacar», dice Brenner.

Tiempo después, el secretario de Defensa de Kennedy, McNamara, reconocería en una entrevista que pensó que aquella «bella tarde» de sábado, mientras caminaba por los jardines de la Casa Blanca, sería la última que vería en su vida.

Altos cargos de la Casa Blanca recibieron instrucciones para ponerse a resguardo con sus familias en una zona secreta en Maryland para sobrevivir en caso de guerra nuclear. Nada parecía evitar el fatal desenlace.

Analistas bélicos suelen definir estas situaciones límite como «escaladas para desescalar»: llevar al extremo advertencias para forzar acuerdos.

Pero entonces había muchas dudas sobre cómo interpretar a Jrushchov. Todos estaban desesperados y Kennedy y su consejo creyeron no tener más salida que la confrontación militar.

Es entonces cuando interviene el exembajador en la URSS Llewellyn Thompson, cuya larga experiencia negociando con comunistas le había dado la capacidad de anticipar con precisión los contradictorios movimientos de Jrushchov.

«Thompson dice a Kennedy que el líder soviético está en una encrucijada y que hay que ofrecerle una forma de escapar», relata Brenner.

Thompson recomienda acercarse a Jrushchov y prometerle no invadir Cuba a cambio de la retirada de los misiles. También comunicarle que retiraría los misiles de Turquía en secreto y sin hacerlo público como parte de la negociación.

El fiscal general Robert Kennedy luego se reunió en secreto con el embajador soviético en Estados Unidos, Anatoly Dobrynin, e indicó que Estados Unidos planeaba retirar los misiles Júpiter de Turquía de todos modos, y que lo haría pronto, pero que esto no podía ser parte de cualquier resolución pública de la crisis de los misiles.

A la mañana siguiente, el 28 de octubre, Jrushchov declaró públicamente que los misiles soviéticos serían desmantelados y retirados en las próximas semanas.

La crisis de los misiles era historia y el secreto del acuerdo por los misiles de Turquía se mantuvo durante 25 años.

«La habilidad de pensar con empatía sobre lo que Jrushchov necesitaba puso fin a la crisis», explica Brenner.

Mientras Kennedy y Jrushchov vendieron la resolución de la crisis como un triunfo diplomático para alivio de sus ciudadanos, en el gobierno cubano se instaló la decepción.

El historiador Zanetti relata que Cuba quedó excluida de las negociaciones y que sus exigencias fueron desatendidas.

«El gobierno cubano consideró que si bien el acuerdo alejaba el peligro de una guerra nuclear, no ofrecía las necesarias garantías para la seguridad de Cuba y la paz en el Caribe», dice.

«A tal efecto, Castro propuso cinco puntos que incluían el levantamiento del bloqueo económico, el cese de la promoción de actividades subversivas en la isla por EE.UU. y la retirada de la Base Naval de Guantánamo», añade el académico.

Tras este episodio, el mismo Castro reconoció que las relaciones entre Cuba y la URSS quedaron afectadas durante un tiempo.

La diplomacia entre La Habana y Washington sigue condicionada en parte por los turbulentos eventos de los 60. El embargo económico sigue vigente al igual que el gobierno socialista y, a pesar de los esfuerzos durante la administración de Barack Obama, las relaciones bilaterales parecen lejos de normalizarse.

Por su parte, tras la crisis de octubre, Washington y Moscú establecieron una línea telefónica directa, conocida como «teléfono rojo», para prevenir que se repitieran dichas tensiones.

La Guerra Fría se prolongó hasta 1991 con la disolución de la URSS. Kennedy fue asesinado en 1963. Jrushchov murió en 1971 a los 77 años. Ninguno de los dos presenció el fin del conflicto que casi condujo al mundo al desastre.

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