El 16 de marzo de 2020, en Ecuador, el tiempo se detuvo. La calles estaban vacías, los hospitales llenos de enfermos, y la morgue sin espacio, fue el triste ambiente que se vivió durante tres meses que duró el confinamiento total.

Guayaquil fue la ciudad más golpeada por el coronavirus, el exceso de muertes fue de 121%. Las imágenes de los cuerpos en las calles y ataúdes de cartón recorrieron el mundo y marcaron la vida de cientos de familias, mientras tanto, en Quito se hacía visible la falta de insumos y elementos básicos en los hospitales, incluso había pacientes que recibían oxígeno en sillas, mientras esperaban que una cama se desocupara. Otros optaban por ir a servicios privados adquiriendo altas deudas con tal de salvar sus vidas, y mientras todo esto pasaba, el virus se expandía y la esperanza, materializada en una vacuna, aún se veía lejana.

Los meses avanzaban con incertidumbre, la economía ya no podía sostenerse con la ciudadanía en las casas y los niños y adolescentes educándose de manera virtual. Quienes no tenían una computadora, celular o internet para entrar a clases, dejaron la escuela.

En este 2023, a tres años del virus, Ecuador no registra muertes por COVID-19 desde el 15 de febrero. Además, el promedio de casos de contagios es de 500 por semana, con una mínima probabilidad de llegar a cuidados intensivos, mientras que en los picos más altos de la pandemia fueron 75.000 semanales.

El COVID-19 dejó lecciones que el mundo entero no olvidará. Hoy hay más conciencia sobre el lavado de manos y reuniones virtuales que se quedaron con nosotros, la pandemia marcó un antes y un después en todos.